¿Recuerdas
el
sonido del teléfono a cierta hora
de
la noche
que
nadie contestaba
mientras
pensábamos en el otro;
y cuando nos tomábamos de la mano
debajo
de la mesa
en
un restaurante lleno de conocidos;
y los
viajes para una vez más
caminar
Lisboa llena
de
atardeceres y anocheceres,
de
tiempo robado a los otros,
y cenar
a la orilla del Atlántico
con
el sonido de un fado melancólico
a
lo lejos y
en la frontera de la noche
correr
de la mano
por
las mil escaleras y callejones de la ciudad
hasta
llegar a la cama
que
nos esperaba impaciente
y
al final las llamas
de
nuestros cuerpos desnudos
que
iluminaban la calle hasta
altas
horas de la madrugada?
¿Recuerdas
que prometimos olvidarnos
para
seguir viviendo en otros sueños?
Pues
yo no lo he cumplido.
Mi cuerpo aún arde
al recordarte.